La vida es un constante cambio. Todo lo que hacemos o dejamos de hacer
implica un giro inminente en la dirección que las cosas toman su curso. Un
ciclo se cierra y uno nuevo comienza.
La vida está en constante movimiento y nosotros, que somos parte de ella,
nos movemos también.
Después de seis años de trabajar en un pequeño colegio rural, se ha
presentado una nueva oportunidad para mí, en otra ciudad, en otra área laboral
y con nuevas personas a mí alrededor; algo totalmente diferente y en lo que
jamás pensé que sería posible, se convirtió en mi nueva realidad.
Es todo tan distinto que en más de una ocasión me pregunté si valía la pena
cambiar la comodidad y estabilidad que tenía en aquél rinconcito de mi pueblo por
este nuevo desafío, por este lugar en donde se habla diferente y tienen normas
a las que no estoy acostumbrado. Dudé, pero poco a poco he ido aprendiendo las
nuevas tareas, la risa ha ido regresando y mi ánimo mejora con cada día que
pasa… aunque aún extraño a los amigos
que dejé atrás, porque en seis años se crean lazos más fuertes que los que sólo
te imponen un contrato de trabajo. Ya no ves a un simple grupo de compañeros de
trabajo, te sientes rodeado de gente que te aprecia, que te brinda su confianza
y su amistad.
Cuando el reloj marca las 10.00 hrs o se acerca una efeméride importante,
aún me pregunto en qué estarán los niños y niñas de Los Cristales; Lo pienso
y sonrío con algo de nostalgia.
Seguramente extrañaré por mucho tiempo más los chistes y la risa
incontenible de la Tía Ana María, los consejos y el sentido del humor “diferente”
de la Tía Ruby, las conversaciones de música con el Tío Osvaldo y las anécdotas
y sabiduría de la Tía Eli (¡No sacamos nada en limpio, pero por Dios que nos
reímos!).
Será difícil olvidar las conversaciones poco serias y cómplices con la Tía
Pilar y el Tío Adán (¡Uyyy!)… y ni hablar de los ricos regaloneos azucarados y
los ataques de risa con las Tías Mary, Sandra y Chela (¡Ay, chiquillas que las
echo de menos!).
Cómo no recordar el sentido del compromiso de la Tía Olga, el humor ácido
de la Tía Eliana, las historias ingeniosas del Tío Robinson, la sencillez de la Tía Rosa, la seriedad combativa del Tío
Veloso y la inagotable buena disposición de la Tía María Rosa, así como las
extensas conversaciones entre plastificados y recargas de tinta con la Tía
Katia y el Tío Julio (Tan productivas siempre, que de seguro han hecho mejor la
educación en Chile…).
Tampoco olvidaré a las Tías Flor, Cata, Marcela, Guisela y María Angélica, que
pusieron su mejor esfuerzo en entender el genio y el extraño sentido del humor
del Tío de Computación, al que aunque le sacaron canas verdes, lograron hacerlo
reír tantas veces…
Ni a la Tía Chela ni al Tío Juan, con sus entretenidas conversaciones en el casino y clases gremiales (¡Porque nunca está demás saber de las cosas de la
vida ni de bonos y días administrativos con goce de sueldo!).
Desde aquí, mi pequeño rincón en la red, quiero saludar a todos quienes
durante todos estos años –que ahora no parece ser tanto tiempo– me brindaron su
alegría, apoyo, consejos y sobre todo, su amistad. A cada uno de ustedes un gigantesco
GRACIAS y para el Colegio Gabriel Benavente Benavente y la comunidad de Los
Cristales un gran HASTA SIEMPRE.
Con cariño:
El Tío de Computación.
P.S. Recuerden que las frases “Pare’ que juera tonto el Tío de
Computación”, “Podría ser peor” y “¿Por qué no puedo ser feliz?” tienen derecho
de autor y no pueden ser usadas sin mi permiso.
Esta es la presentación para la ceremonia de Licenciatura 2011... Un bonito recuerdo, con mis breves 3 segundos de fama: