Apodos.

Me han llamado de muchas maneras en mi vida; Jorge me bautizó como “Qricho” (Curiche, del mapuche “Küru che” – Gente negra o Moreno en Español-) en los 90’s. Paula me dice en la actualidad “Gordo”, en alusión a esas parejas melosas que usan apodos ñoños para llamarse cariñosamente… yo le digo “Perrita”. Claudio me llama “Roirigo”, como lo diría generalmente un niño pequeño y en clara referencia a mi trabajo. Jany y Víctor ahora me dicen “Vecino”, porque lo éramos hasta el terremoto y ahora que se han ido a vivir a Linares, mantienen de todos modos la tradición. Felix me bautizó como “Bonicho”… y es que lo soy. Ángel y Jaumet me llaman “Nen” o “Cateto” en su Catalán exótico, y aquí en el blog, yo mismo me he bautizado como “Roddo”, diminutivo del “Rhödrigo” que usaba en los 90’s y que a su vez, deriva de mi nombre verdadero.

Con cada uno de esos apodos me siento identificado, más que nada porque alguien a quien quiero lo ha pensado para mí, y cuando los escucho de boca de mis amigos, instantáneamente se me dibuja una sonrisa.

Un apodo puede causar daño cuando se dice con desdén o con el ánimo de ofender, o crear sentido de pertenencia, como ocurre en mi caso.

Me siento afortunado por tener tantos apodos y mejor aún, de tantas personas queridas a la vez.

Alguna vez me dijeron “bebé”, “cielo”, “vida” y “amor”, pero esas son otras historias. ;-)

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