¡Feliz Cumpleaños, Cristiano!

Sin velas que soplar, ni torta. Sin un abrazo de los padres ni la visita de los amigos de infancia. Así son los cumpleaños de Cristian, mi amigo de hace ya 12 años.

Ayer, como cada 20 de octubre, viajé a Linares a visitar a un amigo que se no está en su casa celebrando, porque debe cuidar el campo y los corderos de su padre, para que este se sienta orgulloso del hijo tan trabajador y capaz que trajo al mundo.

Cristian debe haber llorado una decena de veces en mi casa mientras me contaba de su infancia dura, “botado” hasta los 8 años en casa de la única persona de su familia que lo trató siempre con cariño, su abuela. A esa edad su papá se lo llevó a su casa, le dio el apellido y lo mandó a trabajar al campo. Mi amigo creció tratando de ganarse el cariño de un padre lejano, que lo ve nada más que como un trabajador cualquiera, a punta de días madrugados y noches en vela cuidando las tierras y los animales a su cargo.

Una madre sumisa, que más bien parece la empleada de la casa, tampoco supo suplir la falta de afecto de su hijo mayor. De mirada desconfiada y siempre esquiva, sin tema de conversación, no supo ayudar a su hijo a valorarse como persona, al contrario, le enseñó que tenía que obedecer y hacer la voluntad de quien tiene la autoridad en la casa.

Cristian tomó su decisión hace años y optó por el trabajo en el campo y la soledad, en espera del reconocimiento que ha buscado toda su vida. Me apena saber que acaba de cumplir los 33 y no lo ha logrado y quizás no lo conseguirá jamás.

¿Qué puede hacer que alguien decida pasar por alto su felicidad y anularse completamente por la improbable promesa de un abrazo paterno? ¿Pensará algún día acerca de si el sacrificio valió la pena?

De vernos a diario ya casi no hay comunicación. El celular de Cristian en el campo no tiene señal, y mi trabajo me deja poco tiempo libre, así que a veces pasan meses sin hablar, pero cada pequeño contacto es como si jamás hubieramos dejado de vernos.

Hay personas que no se olvidan con el tiempo, y a pesar de las distancias, los desencuentros, las dudas y más de alguna pena compartida, lo que perdura son las sonrisas, las eternas conversaciones nocturnas, y los cientos de buenos recuerdos.

Le prometí a Cristian hace años que mientras me fuera posible, siempre para un cumpleaños o una navidad tendría algún regalo, aunque ayer como suponía, mi amigo no estaba en su casa, porque había corderos que cuidar.

Le dejé un obsequio con su mamá y confío en que lo recibirá en estos días y eso, en algo al menos, le ayudará a saber que aún hay alguien que lo recuerda por quien es, por lo que representa y no por lo que hace.

¡Feliz Cumpleaños, Cristiano!

2 comentarios:

Sólo Adán dijo...

Me alegra saber que una historia similar mía te haya inspirado a escribir tal reconocimiento a tu amigo Cristian en una fecha importante como esta. Y es cierto, hay mucha gente que persigue una vida cada vez mas mínima, por la mera falta del afecto familiar. Sólo de él depende salir adelante, dejar los corderos y buscar un nuevo rumbo.

Roddo dijo...

Tenía pensado escribir al respecto, pero leer tu historia hizo que le diera otro enfoque... se parecen bastante ambas historias, aunque el final de una y otra es muy distinto... En el futuro de mi amigo, no hay más que corderos.

Abrazos, Sólo Adán!

 

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